Fue horrible el silencio que le procedió a mi anécdota matutina, de esos silencios que cortan la piel. Casi habíamos llegado pero la tensión era palpable y fue entonces que me explicó en pocas palabras lo que había hecho mal. Sabía que no podía negarlo ni arreglarlo: había fallado indiscutiblemente. Resbalé de la barda. Mi nobleza acababa de dañar a quien mas amo. Lo que le siguió fue una ruptura de lo que ya había sido destruido y estaba en proceso de sanación. Jamás se levantó la voz ni hubo groserías ni daño físico, era la frialdad y seriedad lo que me hería por dentro. Quería que comprendiera que no había sido mi intención fallar, pero era tanto el dolor de los dos, él quería desaparecer y yo me quería morir. ¿Cómo iba a seguir viviendo sabiendo que esta vez había sido mi culpa? Fue entonces que mi cascarón cayó al suelo y se rompió en pequeños pedacitos esparcidos alrededor. Sentí el final. Jamás podría retener a una persona en contra de su voluntad para quedarse en mi vida. Lo entendí y empecé a caminar hacia la puerta, pero me sostuvo la mano, no podia mirarlo a los ojos, y con voz queda, apenas un susurro y el dolor traspasándome la piel, dijo "no te vayas".
El verdadero amor espera, perdona, cree, entiende, acepta y es fuerte. No abandona, no se quiebra, no aprisiona, no revienta como pompas de jabón...