Dirija usted una orquesta. No tiene nada pero lo espera. Recordar aquel sueño, sonreirle al recuerdo, la historia que no he de ver pero sí escuchar. Siete instrumentos, tres ensayos. Esta es la presentación final. Y estando ahí, en la oscuridad de las butacas, el escenario en luz de concierto, el sentimiento que eleva el alma, que traiciona a los nervios y, sin dudarlo, ejecutar la pieza. Exaltación, euforia, adrenalina. La música que no esperaba y sorprende, única e irrepetible, que celebra el momento, porque ya no volverá a ser.