15.2.15

San Valentín

Devota a mi desagrado por la mercadotecnia pero enamorada de Yael, dejé de pensar en el día y me dejé llevar por el amor. En el trabajo fue un día normal, el primer día académico y laboral en el que no se festejó el día, un día a gusto. Me emocionaba la idea de retomar mi vida musical nocturna, así como empezó este mismo día el año pasado, con la mejor compañía: Yael sentada a mi vista en donde cada frase que me llegaba se la dedicaba con el corazón. Yael estaba muy emocionada y enojada con el clima, sabía que tramaba algo, pero ¿qué puede planear a escondidas si vivimos juntas? En el bar hallé mi lugar y mi vocación. La música resonaba en mi cuerpo y la melodía me paseaba por lo que quisiera ser en un futuro. Estaba extasiada, sentía la atención de unas mesas, me animé a interpretar nuevas canciones sin saber como terminarían y el sabor de haberlo logrado al final de cada una de ellas. Y Yael y su sonrisa. Amé esa noche de trabajo. Pero al salir, Yael era un acertijo y su sonrisa al verme subir por las escaleras al tejado de la casa llenó de felicidad mi ser. En una mesa improvisada, se servía una charola de sushi (porque las dos amamos el sushi), con velas haciendo un camino a donde descansaríamos si no hubiese llovido previamente y listas para enfrentar el frío y a la luz de la luna, nos sentamos a disfrutar de la comida, de su sonrisa, de la alegría de vivir un momento tan a la fecha pero tan diferente por su originalidad, el sentimiento de que el mundo jamás terminaría al soltar nuestros globos de cantoya y observar su trayecto por el cielo. Así fue mi San Valentín de este año: tan alegre y bello como lo es ella.