Esa necedad de aprisionarlo en mis brazos, de no dejarlo ir, aún y cuando sé que es feliz, todo por el cariño que le tengo que no quisiera compartir con alguien más. Verlo sonreír y pensar que no es a mí a quien le dedica su sonrisa. Empezando a aceptar que aunque pudiera retenerlo, no nos queremos de esa forma y es la comprensión de un egoísmo interior al saber que nosotros somos una verdadera amistad que inició en la infancia y nada más.