12.8.18

(Def. en desarrollo)

Dicen que en la vida solo te enamoras 3 veces en la vida: El 1° que llega en la adolescencia, te enseña a querer con ilusiones, casi como si estuvieras en una película. El 2° te enseña el dolor y te aferras a pesar de que sabes que no es para ti, que hubieras deseado que fuera para siempre, pero a la vez te ayuda a madurar. Y el 3°... el que no esperabas, que sin tener expectativas te sorprende, es el que cura las heridas y te hace feliz, el que llaman el verdadero amor...

Fue rápido e inesperado, ya nos conocíamos desde dos años antes, habíamos trabajado varias veces... Me caía mal, creo que incluso llegué a detestarlo. Y luego hace un año y en contra de mi voluntad, empezó a trabajar en la academia. No nos dirigíamos ni la mirada, pero la cuestión laboral me hizo hablarle. Poco tiempo después hacíamos pequeñas bromas, lo veía con gusto, empezamos a platicar de todo y nada, me contaba de sus aventuras nocturnas, me empecé a preocupar por él (y por ellos), se volvió mi mejor amigo al que yo quería platicarle todo, imaginaba o divagaba y siempre quería platicarle primero a él. Un día entró en crisis y lo único que pude hacer fue abrazarlo fuerte y decirle que todo estaría bien. Nunca nos habíamos abrazado tanto tiempo, tan íntimo. Algo empezó a cambiar...Y luego se enojó por la actitud de Leo y me dejó de hablar. Ese día sentí tantas ganas de llorar, de reclamarle si yo no había actuado mal, y su mensaje a media noche me reconfortó un poco: "A, en serio perdón, de verdad perdón, me sentí muy mal haciendo eso. Te quiero mucho y valoro muchísimo tu amistad. Te lo juro no lo volveré a hacer. Aun me siento mal por eso."
Llegó el día que Leo y yo terminamos, y parecía que todo se empezaba a fracturar por todos lados, pero él no me dejó sola, sin pedírselo, sin querer algo... Había un respeto impulsado por un cariño implícito.

Pasados algunos días comenzaron lo accidentes, besos de despedida cercanos a las comisuras de los labios, justo en el momento de despedirnos mi corazón latía con fuerza y rapidez, dejaba de respirar esos segundos y lo sentía cerca. Anhelaba toda la noche a que llegara la despedida. Empecé a ver diferente a Chuy.

Algo tiene que lo hace tan especial, tan mágico e increíble: su forma de ser, su risa, la forma en que sonríe, las cosas que me platica... Nos tomamos de la mano y su piel era diferente, se sentía como si reconociera su caricia. Mientras caminábamos me abrazó como quien abraza a un ser querido juguetón, dulce, sus brazos me rodearon desde atrás como si el doblez de mis brazos estuvieran destinados a embonar ese abrazo, sonreí tanto que hasta yo me sorprendí.

Una noche me abrazó después de haberle contado un problema, él sólo me veía y sonreía al ver mi ridícula desesperación, y justo cuando nos separábamos volteé a verlo, sus ojos estaban directo a los míos, nuestras narices se rozaban, sus labios a escasos milímetros, y me detuve. ¿Era justo el momento, ese que ya soñaba? Un segundo, o dos, o tres... Chuy acercó sus labios a los míos delicadamente y los posó finamente haciendo caricias sutiles con ellos y yo dejándome llevar por el sabor, la textura, su aliento. Sus manos acariciaron mis brazos y se dirigieron a mi espalda, envolviéndome nuevamente, mis manos tocaron sus mejillas suaves, recorrieron su mandíbula y se frenaron en su nuca atrayéndolo hacía mí.