Los doctores la tienen fácil. Es lo que me suelo decir. Es casi como tener el poder de la omnipresencia y tener la herramienta de ser oportuno y cambiar el rumbo. Fácil. Ese poder de llevar los días y que cuente cada minuto de ellos: los descansos, el estrés, la alegría, la tristeza, las mañanas, el agotamiento, la ira, las noches, la impotencia, la arrogancia, las tardes, la dicha, la empatía, las madrugadas, los milagros, los castigos, el amor, la adrenalina, la diversión, la agilidad, las limitaciones, el poder de sentirte dios sin llegar a serlo. Su interior. Tocar almas, aliviar heridas, curar enfermedades, regresar a la vida o dejar ir a la muerte. Su exterior. La composición mágica de una existencia.
Los doctores la tienen fácil. Me suelo repetir. Aunque su travesía es dura, cruel y cansada, el camino conlleva momentos de éxtasis, claridad, verdad, perdón y satisfacción. Porque uno no es perfecto. Es de admirar a quien elige profesión de extensa magnitud. Es encontrar el propósito de existir y desarrollarlo, vivirlo y realizarlo.
Ojalá fuese tan claro para todos los demás mortales, como yo. Ese poder de decidir, sin restricciones.