9.11.14

Y.I. Caos

¿En qué momento empecé a forzarla? Sólo quería que fuera un poco agradecida conmigo. Y la explosión de su carácter irrumpió la paz en la escuela. Era una guerra silenciosa. Pocas personas se habrían dado cuenta. Pero ella renunciaría a todo, no para estar conmigo, sino para desperdiciar mi esfuerzo.

Ya ni recuerdo como empezamos a pelear. Que raro. Ya era algo que se estaba volviendo costumbre. No recuerdo siquiera que dijo. Pero estaba aterrada. La violencia golpeaba en la puerta, crujiendo el cristal de la ventana, agrietando el seguro, los gritos más desgarradores...

Lárgate.

Escondida en el rincón del cuarto, trataba de despejar la cabeza y no sucumbir ante el daño y el dolor.

Ya ni recuerdo qué pasó después ni como solucionamos el problema. Sólo recuerdo su dolor traspasándome, revolviendo mi ser y cómo me regresa la alegría inmediata. Somos aquellas explosiones, que no deberían de ser así, pero terminan y la calma vuelve a nosotras.


***

Una semana. Tal vez 10 días después. Un fin de semana solas.

***

Un día nublado, de esos días que me regresan a aquella tarde en la que caminé hasta que dejé de pensar, dejé de sentir. Éste día era peor. Cometí el error de quejarme y me escuchó, pero su coraje se hizo palpable hasta en la noche. Los gritos y salir corriendo sin pensar, esperando que fuera por mi y arreglarlo. Me arrastró de nuevo a la casa solo para seguir enojada, incluso hasta la mañana siguiente.

Siempre la amenaza de irme, porque es necesaria cuando todo está mal y, a la vez, no quiero. Me aterra alejarme de ella. Y la ira volvió a desatarse, cuando me aferré a mi orgullo y creé la herida del desagrado. Corrió, me tumbó, en sus ojos no había más amor, solo odio. Y lo gritó. ¿Qué más se podía perder ese día? No más amor, solo destrucción.

Hablar, como siempre lo hacemos después de cada pelea. Últimamente vamos de mal en peor. Siempre buscando alternativas, siempre creyendo en la esperanza, siempre perdonando.