21.12.13

Cuarto viaje 2013

Me preparé mentalmente a interiorizar mi presente y amar el tiempo en familia. Tomé el control del auto. No es que fuera la primera vez pero no quería parpadear: tenía a Gustavo en mis pensamientos. El camino que recorreríamos sería el mismo por donde el pasó la última vez. Nos perdimos cerca de llegar a nuestro destino, visitando pueblos que quedaban junto a la carretera y confiando en el GPS de mi hermana. Sé que mi padre estaba al borde del pánico porque la noche había caído y seguíamos sin saber exactamente donde nos encontrábamos. Al llegar el sonido del mar nos arropó como si hubiésemos llegado al hogar y nos tumbamos a surfear en sueños.

Dormitaba continuamente y leía al compás de las olas que se asomaban por encima del borde del libro. Meditaba sobre la vida, los sueños y el destino. No pude superar mis noches de pesadillas, de las que despertaba agitada buscando con la mirada la tranquilidad del sueño de Marce. Sé que me hará una falta inimaginable cuando se vaya a estudiar la carrera a nuestra segunda ciudad natal, la histórica que año con año visitamos. Una de esas pesadillas me dejó con la frustración de que, muy en el fondo de mi subconsciente, aún quisiera recuperar mi amistad con Raúl. Todas mis células deberían entender que eso no sucederá en un futuro cercano. 

También pensé en David, en cómo nos conocimos, rápido y fugaz, y cómo me hizo entender mi error al ser transparente o libro abierto como decía Marce y mi madre. Entonces, al divagar mientras manejaba, en Gustavo, en la vida, en la música, me dispuse a ser seria como me aconsejaron. Eso causó que conociera poca gente y me recordara que Marce tiene un encanto especial digno de conocerse y que se nota a primera vista. Me da una envidia buena, me gusta saber que no estará sola cuando se vaya. 

David es inteligente, tiene ojos color miel, cabello chino, una sonrisa que enamora, le gusta el teatro, bailar, y tiene un encanto especial para enamorar mujeres. Así lo describió Adriana, con la advertencia de que tuviera cuidado. En otras palabras, que no me dejara deslumbrar de su apariencia ya que solo es un anzuelo para un momento. 

Mientras subía por las escaleras del hotel hasta el tercer piso donde nos hospedamos, me abandoné a la idea de recrear un mundo ficticio para mi, donde los sueños son vida y la vida es un sueño, a volar entre los árboles del bosque y a escapar de las prisiones donde era perseguida para pagar cuentas con lo único que me quedaba, mi cuerpo. Aquello no era bien recibido a mi interior pero era una forma de evadir una tristeza subyacente que no quería aceptar. No es visible ni palpable, solo latente, de algo que perdí en este año y que busco incansable recuperar. En mi mundo, una copa de vino tinto era acompañada de una plática interesante y un baile al final de la noche, caminando por la calle fresca de finas gotas de lluvia con el vestido negro resguardado en el saco que arropaba y un beso sutil en los labios al llegar a la puerta guinda con chapa de bronce. 

En un paseo, Marce y yo viajábamos en kayak persiguiendo el horizonte sobre el mar cuando un hombre en moto acuática nos ofreció la oportunidad de subirnos, pero debía ser rápido, casi sin pensarlo. Al subirse Marce nos preguntó si sabíamos nadar y ella se aferró a su abdomen, obligándome a nadar más rápido para alcanzar la moto. Aun no me había sentado cuando arrancó a gran velocidad, zigzagueando y haciéndonos gritar, haya sido por el susto, porque podíamos caer al mar o por la adrenalina que corría en nuestras venas. El viaje no era gratis pero para nosotros lo fue. Nuestros gritos se escucharon hasta la playa, provocando las risas de los espectadores.  

Fue un viaje lleno de tranquilidad y sol. Nadie se enteró del tatuaje porque fui cuidadosa de exponerlo. Tomé el control del auto nuevamente. Me abrumó la niebla al pasar la sierra, donde iba pegada al volante para poder seguir la línea del pavimento que sólo era visible a medio metro, tratando de no pensar en que otro auto no nos viera e impactara con nosotros. El temor de mi padre se sintió cuando del cielo cayeron algunos copos de nieve. Y pensar que horas antes el calor de la playa nos abrazaba ferozmente. Optamos por pasar la noche antes de que nevara en un hotel rústico que tenía chimenea y sábanas polvorientas, y al día siguiente emprendimos de vuelta el camino a nuestro hogar, a las festividades navideñas que no suelo disfrutar pero que en familia saben mejor.