27.10.13

La salida

Si algo amaba de la capital era poder ir a bailar a los antros aunque no consumiera nada. A eso iba: a bailar. Y lo mejor era cuando no te cobraban la entrada. Una noche de mucho baile y sin pagar. Para mi, eso era vida. Algo que no podía hacer en mi ciudad provincial.

Pero ocurrió, precisamente la noche de ayer, la noche en que se retrasan los relojes y hay una hora más de noche, en la que me convencí de salir con mi hermana bailar. Fuimos a donde ella quería: un lugar repleto de chavos de la alta sociedad, menores de edad, sintiéndose grandes y rebeldes, fumando y embriagándose con su primer bebida, tomándose fotos y publicándolo en internet mientras ocupaban un espacio en la pista de baile, una reunión social con música en alto volumen. Los tacones me mataban. Así que la convencí de ir a otro lugar, me tocaba elegir. Nunca había salido por mi cuenta ni entrado a ese local, pero se escuchaba buena música y mis pies empezaron a bailar. Pronto ocupamos un espacio en la pista y me dejé llevar por la música. Mi hermana contaba, lo que yo llamaba un mito urbano, que solo bailando los hombres se acercarían y te invitarían una bebida. Parecía que estarían comprando un servicio sexual, pero la realidad fue que se acercaron con ganas de platicar, de conocer a alguien, y mi nueva compinche y yo terminamos con tres bebidas invitadas. La música seguía llenándome. Me sentí en la capital: libre y con vida.