Se baja del transporte público y camina con andar lento a la biblioteca. Saluda a la bibliotecaria que apenas levanta la vista y le regresa el saludo automático. Se sienta en el sillón individual guinda con las novelas de amores perdidos y muerte. Aún no abre uno y la lágrima resbala por su mejilla pintada. Con cuidado se limpia y abre el libro. Tres horas más tarde sale el personal del edificio lleno de ejecutivos frente a la biblioteca. Cierra el libro, lo deja en su lugar, se despide de la bibliotecaria que ahora no voltea, esta ocupada en su celular, y cruza la calle.
Camina despacio a un local vegetariano tres cuadras al norte y se sienta en la misma mesa que el día anterior. Pasan las personas y le sonríen, con mucho esfuerzo les regresa la sonrisa. Cinco minutos y una muchacha mucho más joven, tal vez la hija del cocinero, tal vez la hija del dueño del local, ella que esta llena de vida y juventud la saluda y le ofrece una bebida. La toma y le agradece. Diez minutos y decide ordenar una ensalada, decide empezar porque come despacio. Quince minutos y se aparece un hombre sin saco, ha decidido dejarlo en la oficina. Saluda a la joven y le pide un sandwich y refresco. Su atención regresa a su acompañante. Ella débilmente le sonríe y comen juntos en silencio. El termina primero y la observa mientras pide la mitad de la ensalada para llevar. No le quiere preguntar cómo se siente porque está muy ocupado pensando en la joven ejecutiva de falda hasta las rodillas y tacones negros sentada a dos mesas que ha volteado tres veces en todo ese tiempo, se pregunta si debería hablarle de regreso al edificio. Se levantan los dos y caminan en silencio hacia las puertas del edificio. Ella lo abraza y las lágrimas se desbordan sin control. Él le pregunta que le sucede y con una leve sonrisa le dice que lo ha amado mucho y que es feliz de haber compartido un momento de su vida con él. Con sorpresa la mira a los ojos y no puede descifrarla. Se despiden como todos los días, pero ahora se anima a besarla tímidamente. Un beso corto. Al volverse a ver, la sonrisa de ella es radiante, hay vida en sus mejillas y brillo en sus ojos. No dice más y camina de vuelta a la parada del transporte público.
No se baja en toda la tarde. Aunque ha visto ya tres veces las mismas calles, decide bajar hasta que anochece. Regresa lentamente a su casa. Enciende el incienso que más le gusta. Se sirve una copa de vino tinto. Cierra las cortinas. Enciende cinco velas y se sienta en el sillón negro con una cobija marrón. Se tapa hasta los hombros, termina su copa y la deja en la mesa a su lado. Suspira. Cierra los ojos.
Amanece. En el espejo del baño nadie se ha asomado. Los cajones y la toalla intactos. La bibliotecaria ha notado que ella no ha llegado a su hora habitual. El sillón guinda está ocupado por un niño y un libro de dibujos. Sale el personal del edificio frente a la biblioteca. Camina un joven con una mujer de falda hasta las rodillas y tacones negros, charlando animadamente. Llegan al local de comida vegetariana donde no los recibe la muchacha joven. Se despiden con cuidado y se sienta en la mesa de siempre. Revisa la hora. Esta vez ordena la ensalada y un sandwich para él. Espera. Cinco minutos. Quince minutos. Cuarenta minutos. Maldice su aversión a la tecnología. Pide la comida para llevar. Toma un taxi. Llega a su casa. Nadie abre. Conoce donde se esconde la llave de emergencia. Entra. A un lado del sillón están las velas consumidas y una cobija marrón que oculta una carta desolada, mojada en lágrimas. Una despedida.