Cuando llegué, la Sra. B ya me esperaba. Su semblante era tranquilo y en su miraba se notaba el cariño y la compasión. Sin mucho rodeo, llegó al tema. Yo estaba enterada a grandes rasgos de lo que quería decirme, y estaba preparada mentalmente para no romperme frente a ella, porque se suponía que ya era tema del pasado. Sin embargo, cuando mencionó su nombre y la imposibilidad que llevaba implícita, mis ojos se llenaron de lágrimas y aguanté todo lo que pude hasta que el dolor resurgió con la fuerza de sobrepasarme, sin darme oportunidad de ocultar mi tristeza.
Quería decirle todo, absolutamente todo, pero sabía que la razón por la que estaba enojado conmigo era que ella y mis padres estaban enterados de manera muy general, por lo que tuve que omitir muchas cosas. Mi mayor desdicha es el silencio ante mi incertidumbre de no entender que es lo que está pasando, si todo lo que he dicho ha sido la verdad que conozco, mi verdad.
La Sra. B está preocupada, quiere ayudarme pero ni yo misma sé como hacerlo. Lo que sé es que estoy bien, que lo peor ha pasado. Y platicar con mi padre ha hecho luz en mi oscuridad. Entender que no me quiere lo suficiente para enfrentarse al mundo me abrió los ojos a la verdad y me ha dado algo de tranquilidad. Enterré todo lo que su nombre conlleva y estoy empezando a respirar otra vez.
Al salir, el nudo en la garganta había disminuido considerablemente, dejando a su paso el dolor de garganta habitual por los cambios de clima. Noté una amígdala inflamada, que ya me había dado problemas anteriormente, y fastidiada del trabajo y aún molesta conmigo misma, tomé unas pinzas y unas tijeras y la corté. Ahora ya no me duele tanto la garganta. Un dolor menos.