Como mi hermana lo dijo "Desahogo y limpia espiritual". Así era el viaje que realizamos cada año para estas fechas a la misma ciudad colonial que nos ha visto crecer. Sin embargo, ahora fue algo curioso. Me había quedado sola en casa a causa del trabajo (desventajas de entrar al campo laboral) y los había alcanzado 3 días después, a tiempo para la tan esperada reunión familiar de parte de lado paterno. Los primos que mi padre tenía sin ver por mas de 40 años y la primera vez que conocíamos a parientes de la familia de mi padre. Mi sorpresa conocer a Lino, Martha y Denisse como las hermanos más tranquilos de éste planeta en contraste con nuestro primo Alberto, la risa personificada. Mi padre encontró una paz que tal vez había estado buscando toda su vida.
Conocí a Daniel en una exposición artesanal. Nos habíamos visto algunos minutos y me simpatizó que se acercara a darme sus datos en una tarjeta de uno de los puestos del lugar. Creí que era una broma. Y dos días después, dejando todas las expectativas y prejuicios, le mandé un mensaje. Resultó que él vive en la segunda ciudad más importante del estado donde nos encontrábamos y me invitó un café. Viajó media hora hasta volvernos a encontrar. Creo que lo que más me llamó la atención de su persona fue su apariencia. Es rubio, ojos verdes, tiene dos piercings en la oreja izquierda y una argolla en la nariz, tiene pinta de irlandés y le gusta lo bohemio. Vivió un año en Europa, le gusta la música bossanova y el jazz, tiene la misma idea de la religión que yo y le gusta el agua con limón, como a mí. Me gustó haberlo conocido.
Pero no todo fue tan bueno. Disfruté de un viaje sin problemas con mi familia, puede que sea el primero.. El desastre estaba dentro de mí. Tuve mis días que, como en los últimos meses, la tristeza me invadía. En mi desesperación me encontré hablando con una estatua religiosa a quién mi madre le atribuía todo lo que yo necesitaba. Un rato diario por dos días le dediqué mis palabras y me sentí bien de hacerlo.
Mi madre y mi hermana regresaron antes porque debían trabajar y estudiar, respectivamente, y mi padre y yo pasamos unos días de calidad en nuestra compañía. Sentía que debía decírselo. Mi madre y mi hermana ya estaban enteradas y me sentía mal que mi padre, en quién más confío, no supiera por mí por la situación que estaba pasando. Creí que no lo iba a entender, pero fue más comprensivo de lo que yo esperaba, no me juzgó y me escuchó. Mientras me enrollaba en mi hilo de pensamientos, me interrumpió con la dureza que él suele tener y me puso en mi lugar. "En esta vida es un 'sí' o es un 'no', y tu tienes un 'no'. Entonces, deja de darle vuelta al asunto. Deja de justificar y sufrir. A veces hay que entender que no era el momento o no estabas preparada." Quería llorar pero él tenía razón. Aunque ya me había decidido a superar ésto, los recuerdos y las fantasías de verlo en la ciudad me estaban matando por dentro.
La verdad es que mi viaje de ida me había puesto ansiosa porque su presencia habría hecho que mi corazón brincara de felicidad, pero en el regreso, no pude evitar llorar la mitad del camino, a un lado de mi padre que no se dio cuenta, y que yo sabía que tenia que ser así, tenía que aprender a dejar ir la añoranza, la tristeza y el dolor.