Y llore. Aunque odio llorar, y mas en publico. Las lagrimas desbordantes, inevitables ante el creciente sentimiento de culpa, enterrado años antes para no dejar que el recuerdo me lastimara y, sin embargo, como fuga de agua provocada por las palabras que parecían sinceras describiendo un malentendido, mientras intentaba aguantar hasta el final. Es, supuestamente, el inicio de una nueva etapa, sin rencores, sin angustias, sin reproches. La oportunidad de volver al lugar que tanto me hacia feliz.