19.8.12

Asfixia

No podía brincar, aunque muchos lo hacían  No era que tuviese miedo, pero casi podía sentir como mis uñas se enterraban en el trampolín. Realmente me preocupaba no salir del agua.

Prefería caer intermitentemente antes que sentir que no saldría del agua.

Mientras corría hacia el borde, pensando que me demostraría a mi misma lo valiente que podía ser mientras trataba de dejar mi mente en blanco, divague en la sensación de vacío, en la experiencia de algo que solamente yo podía hacer sin la ayuda de nadie, nadie que me dijera que hacer, como hacer, que me hablara, que me tomara de la mano. Nada. Cuando saltara, nada ni nadie podría influir en mi.

Debo confesar que es algo que extraño: la libertad de hacer y decir lo que quiero.

No puedo conocer a una persona sin pensar previamente en que pensara mi pareja, mis padres y la sociedad, porque no es correcto. ¡¿Quien decide que es correcto?! No puedo correr sin pensar a quien avergonzare o quien hablara al respecto, y mientras tanto, la rabia y la tristeza carcomen mis entrañas. [Dato curioso: Estas sensaciones se pueden convertir en heridas reales, ulceras en el estomago por ejemplo.]

Yo necesito tiempo para poder disfrutar la vida, no para complacer a los demás  Insisten en que yo se lo que tengo que hacer (y si, siempre es para que ellos se sientan mejor), en que es mi responsabilidad de hacer lo mejor para con los demás y que debo encargarme de mis reacciones.

Había tomado el suficiente aire para sobrevivir la caída y, en cuestión de centésimas de segundo, ya sentía mi cuerpo dentro del agua, introducido una considerable cantidad de metros.

La presión  la sensación de falta de oxigeno, la profundidad, la obligación de nadar a la superficie, hacían de mi una luchadora por seguir viva y, sin embargo, disfrute de estar sola, cuando todo dependía de lo que yo hiciese o no.

Es en este momento, cuando siento deseos de no haber salido de la fosa de clavados y seguir disfrutando de la libertad y la vida.