15.2.14
Y.I.
Voy a tener que admitir que me sentí extraña junto a su presencia los primeros días. Era tan ajena a mi, pero me empezó a hablar y sentí que la conocía de toda la vida. Su ser me hacía sentir que no había nada que pudiera desear que estuviera fuera de mi alcance. Y al principio me lo tomé a la ligera. Sabía que lo mío con mujeres no llegaba a nada, pero pasaban los días y saber de ella se había vuelto una dulce necesidad, me llenaba de confianza y libertad, de tranquilidad y amistad... hasta que empecé a extrañarla. Esto me estaba complicando la existencia, porque no era atracción lo que sentía sino un gran cariño que, al meditarlo, me embargó de angustia de poder creer que le estaba mintiendo cuando no lo era pero muy probablemente no lo que ella esperaba de mí.