6.10.13

Su guitarra y él

Mientras escuchaba a unos amigos cantar trova, recordé mis tardes de hace dos años: salir de clases y caminar juntos a su casa, sentarme a la orilla de la cama y escucharlo tocar la guitarra durante horas. A veces lo extraño, la forma en que me veía a la hora de la comida, cuando me marcaba para darme noticias importantes, lo despreocupado al recostarse en el sofá de la sala frente a la pared guinda (algo tenía esa pared que me encantaba), y sobretodo la emoción en sus ojos y el cuidado exagerado para elegir a su compañera de música. Las guitarras se encontraban dentro de sus estuches, recargadas en una pared que era única de ellas, y cada una tenía nombre propio, en honor a amores pasados o a personas con las que compartían cualidades. Aún siento el rubor en mi cara al recordar cuando nombró a una con mi nombre o cuando tocó una de mis canciones favoritas.

Supongo que está bien. Sé que tiene un buen trabajo, que está completamente dedicado a el y que es un hombre exitoso en el campo laboral. Tantas veces que sentí que debía cuidar de él. Creo que últimamente lo he traído en el pensamiento. Sea lo que haya sido, en donde sea que esté, espero que esté bien, que disfrute de la sensación del viento en su cara, de los sabores de la comida, que sonría al voltear al cielo porque él me hizo sonreír durante mucho tiempo. Pero más que nada, espero que nunca deje de tocar la guitarra porque su arte vive latente en sus dedos que puede ser demostrado en una sola caricia.